Falsa provocación

Falsa provocación


Una blusa escotada, dejaba entrever unos pechos turgentes y deseables para cualquier hijo de vecino. Lo demás del cuerpo de mi tía también era digno de admirar, pero el primer vistazo, al verla, se dirigió a ese relieve fantástico que tan grato recuerdo guardaba. Me trasladaba a la edad de trece años. Edad en la que tuve ocasión de poder admirarlos, produciéndome tal hormigueo en mis genitales que mi mano se aferró a mi pene, provocando la que fue mi primera masturbación.

Si yo tenía trece años, mi tía rondaba los veintiuno y qué veintiuno años. Aunque yo era un crió no por eso era ciego y sabía apreciar lo que era una mujer de campeonato.

Este hecho sucedió en casa de mis abuelos. Era verano, y como casi todos los veranos, íbamos a pasar unos días con ellos y a la vez con mi tía, la hermana pequeña de mi madre, que también vivía allí. Una tarde calurosa que no se podía estar en la calle, estaba entretenido jugando en mi habitación. La puerta la dejé abierta para que corriera el aire, por lo que pude ver quien venía por el pasillo de forma acelerada para entrar al baño. La puerta estaba enfrente de mi habitación y pude ver que se trataba de mi tía. Ni se le ocurrió mirar si pudiera haber alguien en la habitación, ni se molestó en cerrar la puerta del aseo. Mi atención en ella se centró cuando se despojó de la blusa que llevaba y del sujetador. Mis ojos como platos, seguían sus movimientos que no eran otros que mirar como su cuerpo se inclinaba al lavabo, sus manos recogían agua del grifo y con suavidad iba refrescando sus pechos. Ver como sus manos se desplazaban desde la base de sus mamas, pasando sus pezones, hasta llegar a su cuello, provocó en mí tal excitación que no pude por menos que dedicar a mi tía mi primera paja.

No logré nunca volver a verla en ese estado, pero mi tía era el centro de mis pensamientos amorosos. Era un adolescente enamorado de su tía y tenía la fijación de que un día me casaría con ella. Mientras no llegaba ese día, mi único desahogo era dedicarle unas pajas monumentales. Mi decepción llegó cuando contrajo matrimonio. No por eso dejaba de tenerla en el pensamiento y, si tenía ocasión, comparar sus tetas con la de la chica que tenía a bien de ofrecérmelas.

Bien, han pasado unos cuantos años desde ese recuerdo y ahora estoy con veintitrés. Estoy hecho un hombretón, como dice mi madre y, sin entrar en detalles de cómo trascurre mi vida, puedo decir que más o menos puede ser como la de cualquiera de los mortales. Mis problemas, son los típicos de un joven que lucha por encontrar un trabajo de acorde con los estudios realizados y que mientras, se agarra donde puede. En lo que respecta al sexo, no se me da mal. Nunca me faltan candidatas con la que desfogarme sin comprometerme a más.

Después de estas explicaciones, vuelvo al principio del relato en el que contaba que tenía la visión de de mi tía con ese escote provocativo. Habían pasado diez años desde esa vez que la vi con los pechos al descubierto y, si esos años han hecho cambiar bastante mi fisonomía, mi tía seguía estando más o menos igual. Podía decir que incluso mejor. Sus treinta y un años eran anecdóticos, cualquier mujer más joven que ella, firmaría por estar tan esplendorosa, o quizás eran mis ojos que la veían así.

Creo que desde que se casó, hace ya cinco años, no la había vuelto a ver. Se había trasladado a otra ciudad y cuando coincidía con mis padres en casa de mis abuelos, yo no me encontraba.

Pues bien, aquí estaba de visita en nuestra ciudad y en compañía de su esposo. Un señor que más bien parecía su padre que su marido.

Era sábado, tenía el día libre y momentos antes de que ellos llegasen a nuestra casa, me disponía a salir cuando mi madre me retuvo.

-¿Dónde vas?

-Me esperan unos compañeros del club para comentar la excursión de mañana.

-Pues tendrán que esperar o comentarlo por teléfono.

-¿Qué pasa? ¿Por qué van a tener que esperar?

-No me pasa nada, pero quiero que estés aquí cuando venga tu tía Patri y su marido.

Era la primera noticia de que íbamos a tener esa visita y maldita la gana que tenía de reuniones familiares. Ya prácticamente tenía olvidado a ese matrimonio y respecto a mi tía, creía que había superado el recuerdo de sus pechos y el querer hacerla mi esposa. Así que le contesté a mi madre.

-¿Y qué falta hace que esté yo? Ya estáis vosotros para recibirles.

-Quieren también verte a ti. Sobre todo tu tía ha insistido que quiere saludarte. No sé el tiempo que hace que no te ha visto. Además, es mi hermana, debes tenerla en consideración y quiero que también nos acompañes comiendo todos juntos.

-¡Vaya!, no solo la tengo que saludar, si no que me vas a hacer perder la mañana. ¿Me dejarás marcharme nada más comer?

-Después podrás irte donde quieras –respondió mi madre.

Y ahí estaba mi esplendorosa tía. Se me pasó el cabreo nada más verla. Volvieron a mí ese recuerdo de haber llegado a admirar esos pechos que escondían la blusa, pero que en su día estaban desnudos. Si impresionado quedé al ver ese precioso relieve que conformaban sus tetas, más sorprendido me quedé cuando se acercó a mí y me propinó un beso en plena boca, para después decirme:

-¡Madre mía, que tiarrón estás hecho! Tu madre me ha hablado de ti, pero se ha quedado corta.

Mientras mi tía se desvivía en adulaciones, su marido se comportaba como si fuera un convidado de piedra sin apartar su mirada sobre mí. Un hombre, como he dicho, de mediana edad, de complexión gruesa y aparentaba lo que era; un señor industrial al que le iban bien los negocios y que se pudo permitir haberse casado con una mujer como la hermanita de mi madre.

Después de los saludos correspondientes, hubo una pequeña discusión sobre dónde íbamos a comer. Mientras mi madre optaba por hacerlo en casa, los demás querían ir a un restaurante y evitar que mi madre se pringara en la cocina. No fue una elección democrática y prevaleció la opción de mi madre.

-Ya habrá ocasión de ir a un restaurante. Para un día que venís, quiero que lo compartáis con nosotros en nuestra casa. Además, la comida la tengo preparada –terminó diciendo mi madre.

Y bien que lo tenía dispuesto. No faltó detalle para honrar a nuestros visitantes y ellos se lo agradecieron.

Pero hay algo que os interesará saber y es lo que ocurrió durante la comida. Éramos seis comensales, entre los que se encontraban también mi padre y mi hermana menor. Mis padres estaban situados en cada una de las cabeceras de la mesa rectangular; a mi hermana le hicieron sentarse enfrente del marido de mi tía y como podéis suponer, a mí me tocó tener delante a mi flamante tía Patri.

En buena armonía y entre risas, sobre todo de Patri, fue trascurriendo la comida. Yo, disimuladamente, no perdía ojo al escote que tenía enfrente y pensar que debajo de esa blusa, había unos pechos muy apetecibles. Llegó el momento de los postres y algo más dulce se unió a ellos. Sentí como un pié, desprovisto de zapato, se posó encima del mío. No se podía ver a quien pertenecía, porque el largo faldón del mantel que cubría la mesa lo impedía, pero seguro que de mi padre no era porque en esos momentos se había levantado. No cabía duda que pertenecía al comensal que tenía enfrente. No lo retiré, y poco a poco iba notando como ese pequeño pié se metía por el caño de mi pantalón para ir desplazándose por mi pierna.

Yo flipaba, la miraba y ella me obsequiaba una sonrisa. ¡Joder!, la mujer que hizo despertar mi deseo sexual y mis anhelos amorosos, me estaba de nuevo provocando un enardecimiento que seguramente terminaría en una monumental paja, o en un desahogo con alguna amiga deseosa de que la follara.

Ya no era un adolescente que toda la ansiedad quedaba prácticamente en el pensamiento. A esa provocación, respondí quitándome el mocasín y poner mi pié sobre su pierna. Una señal de asentimiento noté en su rostro y continué desplazando mi pierna por la suya hasta llegar a sus muslos. Mi posición en la silla era un poco incómoda, pero me acomodé apoyando mi espalda al respaldo de la silla. No era una posición que delatase incorrección, más bien era la de estar satisfecho por la excelente comida que nos había deparado mi madre.

Pues bien, al llegar mi pié a sus muslos, sorteando la falda que los cubría, ella fue separándolos poco a poco hasta que mi pié se aposentó en toda su pelvis. Los dedos de mi pié se encargaron de acariciar la suave tela del tanga, mientras mi seductora tía iba cerrando sus muslos aprisionando mi pié.

Se acabó mi sondeo por su zona pélvica, cuando mi madre propuso tomar café en la terraza. Como si no hubiera pasado nada en esa mesa, Patri se levantó igual que los demás y se dispuso a ir a la terraza donde mi madre había dispuestos las tazas para tomar café. No tuve ocasión de dirigirme a mi tía como yo quería. Mi madre la acaparó y no pude decirle con adecuada discreción, lo que me apetecía en esos momentos.

Después del café, me fui un momento a mi habitación para reflexionar sobre lo sucedido. No sabía si desfogarme con una tremenda paja, o que coño hacer o pensar. ¿Por qué esa mujer, que era mi tía, me había provocado de esa manera? ¿Qué pretendía? Si lo que intentaba era ponerme cachondo, lo había conseguido.

En esas estaba, cuando oí voces que partían del aseo que está contiguo a mi habitación. Eran fáciles de distinguir y pertenecían a mi tía y a su marido. Además, como el marido era un poco sordo, todavía se oía la conversación con toda claridad.

“-¿Qué te parece mi sobrino? –preguntó mi tía.

-Bien –respondió escuetamente su marido.

-¿Cómo que solo bien?, es maravilloso, reúne todas las cualidades que yo deseo.

-Mira, esto es cosa tuya y yo no quiero entrar, pero te he dicho mil veces que si quieres tener un hijo, existe la adopción.

-Ya sé que a ti te es igual, pero yo no quiero un hijo adoptivo y, si tú no puedes dármelo, tampoco quiero que sea de un extraño. Además, si alguien tiene que meter su pene en mi vagina para tenerlo, prefiero que sea el de mi sobrino.

-¡Bueno, ya está bien! Haz lo que quieras, pero a ver cómo te las apañas para convencerlo sin que se entere de lo que pretendes. Sabes que nadie debe saber que quieres engendrar un hijo que no es mío.

-No te preocupes que no se sabrá. Y además, has visto como mi sobrino tiene los mismos rasgos que mi hermana. Si el hijo que tenga, se pareciese a él, a nadie le extrañará que tenga parecidos con alguien de mi familia. Y el que intente convencerlo para que me folle, es cosa mía; para que lo sepas, ya lo tengo encauzado. Tú, cuando quieras, puedes marcharte donde gustes.

No tenía que oír más. ¡Joder con mi tía y el impotente de su marido! Me querían hacer servir de semental. Se me encogió el pene al instante. Mis dudas sobre el comportamiento de mi tía, estaban aclaradas. Le estuve dando vueltas al asunto y, por una parte, no quería que nadie me manejase ni me tomase el pelo y menos, tener que donar mi esperma para engendrar un hijo que no me iba a pertenecer. Por otra parte, el follar con mi tía no era algo que debiera rechazar. Sí que no carecía de tener alguna fémina donde mi miembro estuviera en caliente, pero poder hacer realidad mis fantasías sexuales de adolescente con la mujer que las había promovido, estaba por encima de cualquier resentimiento. Me tendría, faltaría más, pero intentaría que sus pretensiones no se llevaran a cabo.

Una llamada a la puerta de mi habitación hizo romper mis pensamientos. Se trataba de mi madre que la abrió para decirme:

-Creía que te habías marchado. Ya que estás aquí, quiero pedirte que esperes a que tu tía Patri y yo regresemos. Vamos a salir un momento a una tienda y cuando volvamos quisiera que la acompañases al hotel donde se hospeda. No ha habido manera de convencerla para que se quede a dormir aquí.

-¿Y el marido?

-El marido se marcha a su localidad por asuntos de negocios y mi hermana, ha decidido quedarse unos días en nuestra ciudad.

Bueno, veía que el plan que tenía mi tía para conmigo, ya había comenzado a ponerlo en práctica. Solo faltaba que le saliera como pretendía y ahí estaba yo para impedir que fuera tal como deseaba.

El acompañar a mi tía al hotel se demoró más de la cuenta. Cuando regresaron las dos hermanas de tiendas, mi madre se empeñó en que tomáramos algo antes de marcharnos al hotel. Se había hecho de noche cuando salimos de mi casa. Nada más estar en la calle mi tía se agarró fuertemente a mi brazo y me dijo:

-Tenía ganas de estar a solas contigo, quiero saber que has pensado de lo que ha pasado este mediodía.

-No sé que tengo que pensar -le respondí-, todavía estoy perplejo de por qué me has provocado, siendo mi tía.

Se echó a reír, me dio un beso en la mejilla y tiró de mí brazo para seguir andando mientras decía:

-Tú has sido quien ha comenzado. No apartabas los ojos de mis pechos y me ha gustado ver que todavía despierto pasión en los jóvenes. He querido corresponderte y lo demás lo has puesto tú.

Era una buena salida, y podía servir para pasarme a mí la pelota, pero lo que no sabía ella era que conocía sus intenciones. Sí era verdad que había mirado sus pechos, pero también para mi padre no habían pasado desapercibidos y a él no fue dirigido su pié. No me iba a hacer el estrecho y tenía que ponérselo fácil para que imaginara que todo rodaba como ella quería. Así que empecé a decirle:

-¿Y qué te parece el que hayas excitado de tal manera a tu sobrino?

-¿Te ha molestado?

-No, pero suelo ir más allá cuando una mujer me enciende.

-Pero yo soy tu tía.

-Yo no te veo como tal, más bien te veo como una mujer escandalosamente apetecible.

-Vaya, gracias por verme así. ¿Y adonde sueles llegar con esa mujer que te enciende?

-Hasta que le hago sentirse completamente satisfecha.

-Y si yo te pidiera que me satisficieras, ¿qué me dirías?

-Que estamos perdiendo el tiempo hablando.

Era lo que ella quería y se lo había puesto en bandeja. Esto es un decir, porque si ella quería algo de mí, yo ansiaba por amorrarme a esos pechos y mamar de ellos como si fuera un bebé. El primer paso ya estaba dado y ahora faltaba saber como me comportaría cuando tuviera ante mí ese cuerpazo. ¿Sabría aguantar para que no fuese solo lo que ella pretendía?

El hotel no estaba muy lejos, pero mi tía mandó parar un taxi. Por lo visto tenía ganas de llegar.

Sí que tenía ganas de llegar y sí que tenía prisa. Una vez dentro de la habitación del hotel, con celeridad quiso que la penetrase y la invadiese con mi esperma. Se echo sobre la cama quitándose solamente la falda y el tanga, y me brindaba su coño para que de inmediato metiera en él mi pene. Me pidió que éste lo pusiera al descubierto y nada más ver mi miembro dijo:

-¡Madre mía, que preciosidad! Sobrino de mi alma, mete todo eso en tu tía y satisfácela como haces con otras mujeres.

Esas prisas no las esperaba. Creía que primero me iba a explayar acariciando todo su cuerpo, mamar de sus tetas y después follármela, pero no. Se pasó por el forro los preliminares y fue directamente a lo que quería: que mi esperma invadiera el fondo de su vagina, pero eso, si lograba contenerme, no iba a pasar.

-¿No te gustaría que nos estimuláramos algo, antes de que te penetre? –le pregunté para que supiese que a mí me faltaba algo.

-Yo ya estoy estimulada y por lo que veo tú también lo estás, así que lo único que quiere tu tía es que la satisfagas con esa hermosura –respondió incitándome a que no me demorase más.

Me resigné y no la hice esperar. Puse mi pene sobre su coño y le hice dar un paseo por sus alrededores. Ese coñito no estaba rasurado y sus pelitos me producían cosquilleo, pero ella no estaba para juegos. Alzó sus nalgas en busca de mi pene para que se introdujera ya en su vagina. Le hice caso y fui suavemente metiéndosela. No tenía lubricado su conducto vaginal y no era fácil que se desplazara con suavidad, había cierta resistencia en su penetración. Por lo que notaba, Patri, o bien hacía tiempo que no follaba, o nunca había albergado en su coño una polla del tamaño de la mía. Unos ligeros gemidos, y no eran de placer, la delataban.

Para mi pene, no ha habido nunca adversidades y continuó su incursión hasta que tocó fondo. Un gemido más pronunciado se escapó de la boca de Patri. Un gemido que no parecía de dolencia, más bien creí sentir que le produjo un intenso placer. Bueno, iba bien. Continué con suaves movimientos a lo largo de su vagina, pero veía que lo del intenso placer que había creído percibir, era un espejismo. No advertía en ella ninguna entrega y continuaba estática con los ojos cerrados. Pero estaba equivocado, esto solo duró unos segundos. En el mismo momento que hice aumentar el ritmo a mi pene, unos gemidos, acompañados de jadeos, salían de su boca y no eran de dolor. Fueron subiendo de tono estos sonidos, hasta que un pequeño grito salió de su garganta. Noté como mi pene se impregnaba del flujo que derramaba su vagina.

Había conseguido que ella tuviera un orgasmo y yo estaba a punto. Tuve el suficiente valor de sacar mi miembro, que tan ricamente estaba albergado, para que mi descarga de esperma se esparciera por el vientre de Patri.

-¿Qué haces? –fue la pregunta que me hizo cuando reaccionó.

-No llevo puesto condón –le respondí de forma inocente.

-No hacía falta, tomo precauciones para no quedar embarazada –dijo desilusionada.

Su propósito no se había cumplido, pero entendí por su grito y liberación de flujo que yo sí había cumplido dejándola satisfecha. Así que le dije:

-Tampoco a hecho falta que te lo hubiera esparcido dentro para satisfacerse, o no.

-No puedo negarlo mi querido sobrino y quiero que vuelvas a satisfacerme, pero cuando llegue tu momento, desahógate y llena mi vagina de tu semen.

-Otra vez será –le contesté y me dispuse a vestirme para marcharme.

-¿Cómo? ¿Me vas ha dejar así?

De buena gana la hubiera follado de nuevo, pero mi plan no era ese. Quería tenerla y disfrutar de todo ese cuerpazo y que ella se entregara a mí, pero no solamente para conseguir mi esperma.

-Lo siento, me tengo que ir. Los domingos hago de monitor en un club juvenil y salimos temprano para ir de excursión a la montaña.

-Me acerqué a ella le di un beso en los labios y me despedí. La dejé con la palabra en la boca y desconcertada.

Lo de la excursión del domingo era verdad, y no volví a casa hasta el atardecer. Esperaba encontrar a Patri, pero allí no se encontraba. La que estaba era mi madre que quería preguntarme algo, pero no la dejé. Antes quería ducharme y después que me hiciera todas las preguntas que quisiera, y así lo hice.

-¿Qué quieres preguntarme? –le dije, una vez duchado y cambiado de ropa.

-No es nada, simplemente saber que le has hecho a tu tía para que esté tan interesada por ti.

-Nada de particular. ¿Qué te ha dicho?

-Más que decirme me ha preguntado: ¿qué si tienes novia?; ¿qué como te va el trabajo?; ¿que qué proyectos tienes?..., en fin, un montón de preguntas aparte de decirme que eres un hombre muy atractivo.

-Y tú que le has contestado.

-Pues la verdad, lo de atractivo no hacía falta que lo confirmase, a simple vista se ve. A lo demás le he contestado todo lo sé y que tú me has contado. También quiere que vayas al hotel y que cenes con ella.

Vaya, mi actuación de la noche anterior como no había funcionado tal como ella deseaba, quería repetir. Tampoco era de extrañar. Su objetivo no estaba cumplido y había que volver a la carga. Pero esta vez no sería aquí te pillo aquí te mato, sería de otra manera. Por cumplir con mi madre le pregunté:

-¿Y tú quieres que vaya?

-Pues claro, no le vas a hacer el feo a mi hermana y no ir. ¿Te parece mal cenar con ella?

No quería demostrar demasiado interés y le contesté:

-Ni me parece mal, ni me parece bien, pero no te preocupes que voy a ir.

-Ya veo que no la conoces, debías estar más que encantado de estar con mi hermanita. ¿Qué opinión tienes de ella?

-Qué quieres que te diga, opino que es una mujer muy hermosa.

-Eso no hace falta que lo digas, quiero decir como persona.

-Como dices, no la conozco lo suficiente. Hace años que no la veo y de un día poco puedo opinar.

-Pues mira, para resumirte cómo es, ya me gustaría que encontrases una mujer como ella.

-Eso es amor de hermana. Habría que preguntarle al marido, ¿no crees?

-No se, a veces, no hay peor ciego que el que no quiere ver.

-¿Por qué lo dices?

-Patri no me ha dicho nada, pero me da la impresión que su marido solo le preocupan sus negocios y no está mucho por ella.

-Bueno, eso es algo que si no funciona, hay maneras de solucionarlo. ¿A que hora te ha dicho que vaya al hotel?

-A la hora que te venga bien. Tampoco me ha dicho una hora concreta, pero ya puedes ir si quieres.

Di por finalizada la conversación y me dispuse a ir al hotel. Me había sorprendido el comentario de mi madre de que pensaba que el marido de Patri pasara de ella. Si era verdad, era para darle de hostias. No sabía que cualidades internas tendría ese hombre, pero en lo que respecta a las externas, no eran muy atractivas que digamos. Tenía que darse con un canto en los dientes por haber podido casarse con una mujer tan espectacular como Patri. Recordé la desilusión que me llevé cuando me enteré que iba a dejar de ser soltera. Tenía yo dieciocho años y seguía pensando que Patri era la mujer de mis sueños y se casaría conmigo.

Ya en el hotel y sin entrar en detalles, la cena que me obsequió Patri, más que cena fue un pica-pica que tomamos en la barra del bar. Ella tenía ganas de que subiéramos a la habitación. Decía que tenía que decirme algo importante, pero a solas. Algo había cambiado en ella porque una cosa estaba clara, desde que llegué al hotel, en ningún momento se dirigió a mí como sobrino, mi nombre es lo que salía de su boca.

Una vez en la habitación, pensaba que directamente nos íbamos a ir a la cama y que lo importante que me iba a decir es que esta vez, no dejara que se desparramara ninguna gota de mi semen fuera de su vagina, pero no. Me indicó que me sentara en un sillón de la salita y ella hizo lo propio en otro sillón situándose frente a mí.

-Raúl, quiero empezar diciendo que me perdones por todo lo de ayer. No te mereces que me hubiera comportado como lo hice. Primero por incitarte en la mesa y después por todo lo demás. Nada más marcharte de la habitación, me entró una congoja que no te puedes imaginar. Por eso, quiero darte una explicación. Quiero que sepas que eres el único hombre, aparte de mi marido, que me ha follado y no te hubiera dejado, si no fuera porque perseguía algo. Y ese algo es lo que quiero que llegues a saber.

¿Le decía que ya sabía lo que perseguía, o me mantenía callado? Mejor decírselo. Si ella estaba sincerándose, era preferible que le dijese lo que sabía.

-Sé que persigues tener un hijo.

-¡¿Cómo lo sabes?!

-Oí lo que hablasteis tu marido y tú en el aseo de mi casa.

-Vaya, ahora lo entiendo, ¿es por eso por lo que no quisiste dejar tu esperma en mi vagina?

-Por eso y porque no quiero serviros a ti y tú marido de semental de forma engañada.

-En eso tienes que echarme la culpa solo a mí.

-Tu marido tampoco era ajeno.

-Mi marido en eso y en otras cosas pasa olímpicamente.

-¿Qué pasa?, ¿no os lleváis bien?

-No es que no nos llevemos bien, mejor decir que no nos llevamos. Pero eso es otra cosa que no viene a cuento, ni creo que te interese.

-Entonces, si no te entiendo mal, sientes haberme incitado a que me entusiasmara contigo y además te arrepientes de que hayamos follado.

Alargó sus manos brindándomelas y no tuve inconveniente en ofrecerle las mías. Me miró fijamente y me dijo:

-Eres el hijo de mi hermana y no debiera decirte esto. Pero siendo sincera, de esto último es de lo que no me arrepiento. A pesar de que te obligué a que solo me follaras, me provocaste un orgasmo que no sé cuanto tiempo hacía que no había tenido.

-¿Qué pasa, tu marido no cumple contigo?

-No me hagas hablar de algo que no quiero.

-¿Y si te digo que me interesa saber que hay entre vosotros?

-¿Para qué quieres saberlo?

Apreté más sus manos que continuaban enlazadas a las mías y le contesté:

-Quiero saberlo, porque yo tampoco me arrepiento de haber follado contigo y a pesar, como dices, que soy el hijo de tu hermana, para mí la mujer que veo es como si no existiera parentesco y sí que me produces tal atracción que nunca me ha producido otra mujer.

-¿Qué dices, Raúl…?

-Lo que oyes, mi madre está en lo cierto de que no puedo encontrar ninguna mujer como tú y si no estás supeditada a tu marido, quiero hacerte mía.

-Estás loco.

Sí que estaba loco. Loco por tenerla, por poseerla, por hacerla mía. Me levanté de sillón e hice que ella hiciera lo mismo y mi boca buscó la suya para besarla. Solo llegué a poner los labios en los de ella unos segundos. Se separó de mí y sus ojos me penetraban, mirándome fijamente. No sé que pasó por su cabeza, porque se lanzó hacia mí y abrazándome sus labios buscaron con ansiedad los míos. Era tal el ardor que ella puso en ese beso que no me costó ser participe de él. Puse mis manos en su cabeza para apretarla contra mi rostro y nuestras bocas quedaran prensadas. No pasaba entre nuestros cuerpos ni un alfiler. Podíamos haber permanecido en esa posición horas y horas, a no ser por la necesidad de respirar. Era una respiración intensa, en la que si mi pecho seguía un ritmo acompasado y en Patri ese ritmo se transformaba en algo sublime. El vaivén de sus hermosos pechos era una incitación para poder comérmelos, algo que durante años había anhelado, y no pude resistirme a posar mis manos en ellos. Había sobado algunas tetas que otras, pero éstas se llevaban la palma. Más que tetas, senos o pechos, eran dos preciosidades dignas de ser modeladas.

-Tómalos, mi amor, son para ti –dijo Patri ofreciéndomelos sin ningún pudor.

Los tomé, vaya si los tomé, y tampoco tuve ningún pudor por hacerlos míos, al igual que hice con ricos pezones. Me amorré a ellos y me puse a mamar como si fuera un bebé.

Me estaba entrando, o mejor decir tenía, una excitación tremenda y no era menos la que sentía Patri. No tardé en cogerla en brazos, para en un santiamén tenderla en la cama y despojarla de su vestimenta.

¡Oh, maravilla! No solo eran sus pechos, redondos, turgentes y con los pezones señalándome, como diciéndome: “si quieres más, aquí estamos”; el resto de su cuerpo, era de una belleza digna de que mis manos y mi boca recorrieran cada una de sus partes sin dejar ningún poro por succionar.

Pero algo frenó el deseo de recorrer esa estampa. Las manos de Patri se dirigieron a mi ropa para deshacerme de ellas y le dejé hacer. Siempre me ha resultado excitante que una mujer me desnudara, aunque ninguna había hecho después lo que se atrevió a realizar mi adorada Patri. Al quitarme el slip, mi miembro apareció con todo su esplendor y no perdió tiempo para agarrarlo entre sus manos y decir:

-¡Esta preciosidad, es la que me hizo ayer volver a sentirme como mujer!

Sus labios se acercaron para besar el glande, pero no se conformó con besarlo, poco a poco lo introdujo en su boca hasta que lo engulló completamente. La postura que había adoptado Patri en su esparcimiento, dejaba al alcance de mi boca todo su aparato genital y allí se fue; para que mi lengua rastreara su vulva sin dejar de recorrer sus labios vaginales y detenerse en su clítoris. Decir que la postura del sesenta y nueve es ideal para practicar el sexo oral, no es decir nada nuevo, pero si a esto se le une que las dos personas tengan un orgasmo a la vez, es algo apoteósico. Y eso es lo que nos pasó a Patri y a mí. Dos orgasmos coincidentes y si en uno se produjo con expulsión de un torrente de semen el otro no se quedó corto desprendiendo flujo. Hubiera sido delicioso que estos líquidos se hubieran perdido en nuestras bocas, pero semejante explosión orgásmica, hizo que tuviéramos que retirarlas, de donde tan bien estaban ubicadas, para que por ellas salieran bufidos y gemidos de placer.

Creí que íbamos a tomar un descanso, pero Patri estaba exultante y quería seguir.

-Quiero más Raul…, quiero más de ti…, quiero que me hagas tuya para siempre –me decía entre cortos besos.

Yo estaba, no mucho, pero algo más calmado. Después de haber tenido mi buena descarga, solo me debatía con las palabras que había, o que iba escuchando. Mi amor; me había dicho al brindarme sus pechos, pero en esos momentos me estaba diciendo que la hiciese mía para siempre. Cada vez estaba más convencido que esa mujer, no solo me atraía por sus pechos y su cuerpo. No cabía duda de que algo más tenía que me cautivaba. Había llegado el momento de saber si ese “amor”, o el “para siempre”, eran para ella fruto del ardor y acaloramiento de esos momentos, o eran palabras que realmente le venían de dentro. También me había dicho: “estás loco”, y eso se podía interpretar como si mi deseo de hacerla mía, fuese imposible de realizarse. Sabía que había dos impedimentos importantes para lograr lo que anhelaba: uno, el de que estaba casada; pero si era verdad lo que decía de su marido, fácilmente se podía solucionar. El otro, era vencer el parentesco y en éste había dispensas que podía conceder un juez de primera instancia. No tenía nada más que pensar, cogí las manos de Patri y le dije a bocajarro:

-¡Quieres casarte conmigo!

Si la llegan a pinchar no le sacan una sola gota de sangre. Se quedó estupefacta. Dejé que se repusiera del desconcierto que le había causado mi petición y reaccionó intentando enumerar los inconvenientes, pero no le dejaba terminar, minimizándolos.

-Soy una mujer casada y…

-Eso ya lo sé y también sé que puedes dejar de serlo.

-También soy tu tía…

-Tampoco ese es ningún impedimento. Se puede conseguir dispensas.

-Te supero en edad…

-Ese inconveniente es todavía menor. Está a la orden del día que una mujer sea mayor que su marido y además, tan solo son ocho años. Sin ir más lejos, Sakira le lleva a Piqué diez.

-¡Estás loco!

-Eso ya me lo has dicho antes y también me has dicho: “tómalos mi amor son para ti” y “hazme tuya para siempre”, ¿o todas tus palabras son una burda mentira para que puedas lograr tus propósitos de que te deje embarazada?

Mi razonamiento produjo en Patri una congoja que no se podía decir que fuese fingida. Me arrepentí de haberle dicho esas palabras, la abracé y su cabeza se apoyó en mi hombro. Ella entre gimoteos pudo decirme:

-Me duele que llegues a pensar que te estoy engañando, ya sé que no merezco que me creas, pero no tengo por qué mentirte más

-Dime entonces, si es verdad que quieres ser mía para siempre.

-Sí, sí, Raúl, es verdad, soy tuya y muy tuya. No sé cómo lo has hecho para hechizarme, pero estás haciendo que me sienta una mujer nueva. Lo que no quisiera es que te dejaras llevar por estos momentos tan hermosos y digas algo que después te arrepientas.

-Mi pasión por ti no solo es de ahora, viene de lejos y me harías el más feliz de los mortales si aceptas mi proposición.

No hicieron falta más palabras. En esos momentos dejábamos totalmente de ser tía y sobrino para ser una pareja con fines conjuntos. No cabía duda que uno de ellos era algo, que si ella lo deseaba con ardor, yo ya no tenía que poner impedimentos. Mi pene estaba a su completo servicio.

Nos fundimos en un alocado beso y no hizo falta mandar una orden a mi pene para que pronto buscase refugio. Sabía el camino y esa vez tomó gusto en su penetración. No encontró resistencia alguna. Todo el recorrido estaba lo suficiente lubricado para que con suavidad se desplazara hasta lo más interno de la vagina que debía explorar,

Tanto la vagina como el pene, eran los mismos de la noche anterior, pero el comportamiento de sus dueños no fue el mismo. Ni Patri se mostró estática ni yo pendiente de mi descarga. Fue un polvo glorioso, memorable, antológico. Pusimos tanta fogosidad y pasión, que el sudor bañaba nuestros cuerpos y nuestras gargantas solo emitían gemidos, jadeos y bufidos de placer. El gozo que manifestamos cuando nos sentimos bañados por nuestros líquidos seminales, fue descomunal. ¿Qué orgasmos? Nos quedamos desinflados uno encima del otro y mi pene renunció a salir de la vagina donde estaba refugiado. Se sentía tan a gusto con su compañera que esperaba volver a imprimir nuevos movimientos y volver a dedicarle una nueva descarga.

Ya no había por qué frenar ningún propósito. Ese posible embarazo estaba claro que nos pertenecía a los dos.

Nuestra unión particular ya estaba sellada. Además, mi sueño estaba cumplido y era dueño de esos pechos gloriosos, que habían sido los causantes del despertar de mis instintos y apetencias sexuales.

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